360 años más tarde: La revisión del caso galileo
( Publicado en Revista Creces, Julio 1981)

Juan Pablo II dispuso la revisión de la histórica condena impuesta por la Iglesia a quien sostuvo que la Tierra era quien giraba alrededor del Sol. Galileo defendió la hipótesis del polaco Copérnico, y es precisamente un compatriota de éste quien pide su restitución al sitial que le corresponde. Científicos sostienen que debido a la debilidad de sus argumentos, Galileo podría ser condenado por segunda vez...

En marzo de 1610, Galileo dió a conocer el relato de una parte de su magna aventura, sus primeras observaciones telescópicas del firmamento, en un opúsculo de pocas páginas. "El Contenido de su libro escrito en latín -El Mensajero de los Astros (Sidereus Nuntius)- era tan imprevisto y sorprendente para sus contemporáneos como lo fue para nosotros en los decenios pasados la primera publicación acerca de la lograda liberación de la energía nuclear. Efectivamente, jamás irrupción semejante de nuevos hechos había sacudido la más firme roca de la ciencia escolástica, su cosmología amparada por el poder espiritual y secular de la Iglesia y anclada en la triple autoridad de Aristóteles, Ptolomeo y Tomás de Aquino", escribe el Dr. Desiderio Papp en el primer tomo de sus "Ideas Revolucionarias en la Ciencia"(1975).

Los descubrimientos de Galileo sacudieron no sólo la física celeste de Aristóteles, sino que amenazaban los mismos fundamentos de la cosmología tradicional: la inmovilidad de la Tierra y su posición central en el Universo. Las observaciones y apreciaciones de Galileo revelaron que la Tierra -en oposición a lo enseñado por Ptolomeo- no podía ser el único centro de movimiento. Sus descubrimientos proporcionaban argumentos en favor de Copérnico y en contra de Ptolomeo.

Los peripatéticos o seguidores de Aristóteles procuraron primero negar la realidad de estos descubrimientos. Declararon que los fenómenos descritos por Galileo eran simples ilusiones ópticas, en tanto éste recibía el favor de la Casa gobernante al ser nombrado primer matemático y filósofo de la Corte por el Gran Duque Cosimo II.

Galileo no disfrutó de sus nuevos títulos y partió de Venecia a Roma, donde le aguardaban días de infortunio. Los astrónomos eclesiásticos de Roma habían ratificado la certeza de algunos de sus descubrimientos y el propio pontífice le concedió una enaltecedora audiencia. No es sorprendente entonces que Galileo, en medio de tan alentadoras circunstancias, se entregara a la ilusión de poder manifestar libremente sus convicciones copernicanas y delimitara claramente los campos de la ciencia y de la fe para evitar interferencias perjudiciales para ambos.

En una famosa carta dirigida en diciembre de 1613 a su fiel discípulo, Benedetto Castelli, no vaciló en escribir:

-La Biblia es infalible, no puede equivocarse, pero sí sus intérpretes. Por ello hay que distinguir entre la verdad bíblica y sus humanas interpretaciones. En la explicación de los fenómenos de la naturaleza, la interpretación de la Biblia debe ajustarse a los seguros resultados de la investigación científica. De esta manera las dos verdades, una realizada por Dios en la naturaleza, otra revelada por El en las Sagradas Escrituras, jamás podrán entrar en conflicto.

Con sus reflexiones sobre el espinoso problema de cómo debe ser interpretada la Biblia, Galileo se había adentrado en un campo reservado a los teólogos, donde el gran astrónomo estaba en desventaja en frente a sus adversarios. Una denuncia contra él alcanzó el Santo Oficio en Roma. Hasta ese momento la actitud de la Iglesia con respecto al sistema copernicano había sido indudablemente tolerante y así lo prueba no sólo la correspondencia de Galileo con dignatarios eclesiásticos, sino también una declaración del cardenal Roberto Bellarmino, consultor del Santo Oficio y prestigioso teólogo del Vaticano. Se admitía la doctrina copernicana como una hipótesis útil para la descripción matemática de las apariencias celestes. Sin embargo, después de la citada carta de Galileo -y de otras- todo había cambiado. La tolerancia benévola cede -en febrero de 1616- al rigor autoritario. El Santo Oficio dió lugar a la denuncia: sus expertos declaran la tesis del movimiento de la Tierra y posición central del Sol como falsa y contraria a la Biblia e imponen modificaciones y supresiones en el texto de Copérnico, prohibiendo enseñar y defender la doctrina. Galileo personalmente fue eximido de toda penalidad, pero notificado de la sentencia.

Once años antes, en la vecina España, Cervantes había puesto en boca de Don Quijote la sabia advertencia a Sancho:

-Con la iglesia nos hemos topado...

Es muy probable que Galileo no haya alcanzado a hojear al Ingenioso Hidalgo.


Los años siguientes

En los seis años siguientes a la decisión del Santo Oficio, Galileo guarda profundo silencio en lo referente a la doctrina copernicana. No por ello, sin embargo, decae su espíritu combativo ni disminuye su interés por los problemas astronómicos. En 1623, fruto de una agria polémica con Horacio Grassi sobre la naturaleza de tres cometas aparecidos cinco años antes, pública su libro II Saggiatore (La Balanza Final), considerado como su más hondo escrito filosófico. Ese mismo año es nombrado Papa el cardenal Florentino Maffeo Barberini (Urbano VIII), con quien le unía una respetuosa amistad. A pesar de no levantarle el decreto prohibitorio del Santo Oficio,y de mantener la prohibición de propagar el sistema heliocéntrico como una verdad física, el Papa dejó abierta la posibilidad de presentarlo como una hipótesis destinada a facilitar la previsión de los fenómenos celestes.

Vuelto a Florencia, Galileo se afanó durante los siguientes siete años en la preparación de la obra donde mostró las razones que ofrecían los sistemas planetarios antagónicos. Su obra, de excepcional habilidad dialéctica, muestra la doctrina copernicana como una hipótesis discutida con fervor entre tres interlocutores: un defensor para cada uno de los sistemas en pugna. Salviat, el copernicano vocero de Galileo; Simplicio, escolástico a toda prueba, y Sagredo, sutil crítico de ambas doctrinas.

Galileo en ésta, su obra más extensa, es juez y parte. Es un árbitro brillante, pero no resiste tal postura porque le interesa entregar las pruebas concluyentes de su hipótesis de la rotación de la Tierra en torno al Sol. Se vale de la ley de la inercia que, sin haber formulado, supo aplicar para refutar a los anticopernicanos. A pesar que el concepto de la inercia en Galileo aún no posee la claridad que lograra en su formulación newtoniana, le sirve para rebatir las más tenaces objeciones a la rotación del planeta.

Presentando la nueva doctrina como hipótesis, Galileo se abstiene de apoyar abiertamente a Copérnico, pero en la sabia controversia, Simplicio, el aristotélico, sufre tantas derrotas que el lector llegado al final del libro no puede abrigar dudas sobre la certidumbre de la imagen copernicana del Universo. Gracias a tan hábil presentación del delicado asunto, que atribuía, cuando menos formalmente, a la doctrina de Copérnico un carácter hipotético, Galileo logró conseguir el permiso de la censura vaticana para imprimir la obra. En 1632 fue editado el "Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, ptolomeico y copernicano", desatando de inmediato una tormenta que ni el autor ni menos el censor eclesiástico que había otorgado el imprimatur habían previsto.


Obligado a abjurar

"Al tratar la doctrina prohibida formalmente como hipótesis -escribe el Dr. Desiderio Papp- Galileo se había entregado a la cándida ilusión de que había logrado conjurar el peligro y que sus adversarios no se percatarían cuál de los dos sistemas estaba apoyado por las preferencias y los argumentos del autor. Tan confiado optimismo fue muy pronto desmentido. El libro había actuado como una bomba. Las ideas de Copérnico, hasta entonces ignoradas fuera del pequeño círculo de los sabios, se encuentran expuestas a la luz del debate público. Los adversarios de Galileo estiman que ha llegado la hora de actuar. El libro fue confiscado y su autor, el "perjuro" que había prometido en 1616 abandonar la doctrina prohibida, recibe la orden de comparecer en Roma ante el temible Tribunal de la Inquisición.

Lo que sigue es un capítulo bastante conocido. El 22 de junio de 1632 se le impone la humillante obligación de abjurar -arrodillado delante de sus jueces- de su herética convicción de que el Sol permanece fijo y la Tierra se mueve. La sentencia no desbarata ni su espíritu ni su genio. En 1638 da a luz una nueva obra, ahora sobre mecánica, donde expone, entre otras cosas, la teoría matemática de la caída libre.


Traficantes del martirologio

A la muerte de Galileo, acaecida la noche del 8 de enero de 1642, siguió una leyenda que perdura hasta nuestros días, casi 360 años más tarde. El proceso excitó las pasiones y deformó, con el correr del tiempo, la personalidad del gran florentino. Nada contribuyó tanto a la misma como el fervor racionalista del siglo XVIII. Los enciclopedistas franceses, buscando en su lucha contra la Iglesia a un glorioso antepasado, deseaban encontrarlo en Galileo, convirtiendo al ilustre científico en campeón de sus propias ideas. Sin embargo, un abismo separa a un escéptico o ateo francés del tipo de Diderot o Laplace, de un italiano creyente como Galileo. Su lucha procopernicana no estaba dirigida contra las instituciones de la Iglesia y aún menos contra la fe, sino contra el clan de aristotélicos, sostenedores de la antigua cosmovisión. Si tuvo que enfrentarse con los poderes eclesiásticos fue porque la turba de los peripatéticos se amparaba en la autoridad del Vaticano.

Pero la leyenda no termina allí. Se tejió, en el curso de los tres siglos pasados, un "martirologio galileano". Contrariamente a la versión tradicional -subraya el Dr. Papp-, Galileo no sufrió cautiverio en calabozos de la Inquisición, menos aún fue torturado, aunque sí, amenazado y sometido a una tortura síquica. Tampoco exclamó, desafiando a sus jueces: Eppur si muove ("a pesar de todo se mueve la Tierra"). Tan heroicas palabras, que sin duda traducen el estado de ánimo del glorioso anciano, fueron inventadas más de 100 años después del proceso, en la atmósfera intelectual del Iluminismo.


Concepciones antagónicas

Como lo sostuvo Bertrand Russell, la causa del drama de Galileo no era el deseo de Roma de que la Tierra no se moviese. El celebérrimo proceso no surgió simplemente de un choque entre dos doctrinas cosmológicas. Su motivo capital era una lucha entre dos maneras de concebir el saber humano: el concepto medieval o escolástico y el renacentista del mismo. El primero concebía el conocimiento científico como un sistema inmóvil de supuestas verdades, ancladas en las autoridades del pasado y contenidas, con validez sempiterna, en determinados escritos. En cambio, el concepto moderno, renacentista, convirtió la ciencia en una exploración dinámica de los real, en un sistema móvil que sin cesar desplaza sus jalones y cuyos últimos objetivos -en vez de encontrarse en los libros del pasado- apuntan hacia un porvenir inmensamente lejano.

El proceso no lo ha reabierto la Iglesia sino que la historia. La derrota personal de Galileo se ha convertido en una victoria del espíritu galileano. Su concepto del conocimiento científico sigue siendo el nuestro, y el método experimental que implica es una de las piedras fundamentales sobre las que descansa la civilización de nuestra centuria.


¿ Culpable por segunda vez ?

Es probable -escriben algunos científicos de esta hora- que si se inician las deliberaciones en torno al caso Galileo en Ciudad del Vaticano, a pesar de tener éste las cartas a su favor, pueda nuevamente ser declarado culpable si la inmunidad eclesiástica cubre la investigación con estricto rigor científico. El entusiasmo de Galileo por el modelo de Copérnico del movimiento planetario, se basó en gran medida más en una intuición (acertada) que en hechos concretos. Sus argumentos tienen sólo valor probalilístico. Sugieren, sin duda, la intrínseca probabilidad del sistema heliocéntrico, pero no demuestran ni los movimientos de la Tierra, ni la posición central del Sol. Es cierto que tal tarea estaba fuera del alcance de la ciencia en la primera mitad del siglo XVII. Las dos pruebas o evidencias principales que Galileo presentó para sustentar la teoría estaban basadas en observaciones de manchas solares y de las mareas oceánicas, ambas claramente incorrectas.

La prueba de las manchas solares nace de la observación. Tal como se ven desde la Tierra, no siguen una línea recta a través de la faz del Sol sino trayectorias que aparecen como "círculos inclinados". Galileo interpretó correctamente este fenómeno como producto del movimiento relativo de los cuerpos celestes, pero lo consideraba como una demostración de que la Tierra rota en torno al Sol. Sin embargo, si el eje del Sol se mantiene siempre paralelo a sí mismo (como ocurre), la trayectoria aparente de las manchas sería la misma tanto si el Sol se mueve alrededor de la Tierra o viceversa.

La teoría de las mareas no tiene ni siquiera el mérito de estar basada en observaciones confiables, opinan oceanógrafos. En rasgos generales, se describe como sigue:

"Cualquier punto de la faz de la Tierra está sujeto a dos tipos de movimientos, el de rotación diaria alrededor del eje terrestre y el de rotación anual alrededor del Sol. La cara terrestre que no mira hacia el Sol viaja en la misma dirección que la rotación anual de la Tierra, por lo tanto en la noche ambos movimientos se suman creando más fuerza de propulsión en el lado nocturno. Durante el día, los dos movimientos se oponen uno al otro".

Según Galileo, el resultado es que la masa terrestre se mueve más rápido en la noche y disminuye su velocidad durante el día, causando un rebalse de las aguas durante la marea alta. Lamentablemente, todo esto implica una sola marea alta diaria y alrededor del mediodía. Lo cierto es que hay dos mareas diarias y a horas variables.

Las objeciones que se señalan no quitan mérito ni hacen sombra a la tremenda fe que puso Galileo en la defensa de la teoría copernicana.

La revisión del caso contra Galileo, según el arzobispo Paul Poupard, Pro-presidente de la Secretaría para los No Creyentes del Vaticano, será uno de los aspectos dentro de una campaña más extensa por parte de la Iglesia Católica para llegar a un acuerdo "con un tipo especial de ateísmo, el ateísmo con una base científica". El Papa Juan Pablo II fue quien promovió la decisión de reactualizar el caso durante el discurso conmemorativo del centenario del natalicio de Albert Einstein, en noviembre de 1979. Reconoció el Pontífice que "Galileo sufrió en manos de los hombres y de las instituciones de la Iglesia", y recordó las conclusiones del Concilio Ecuménico Vaticano II: "La investigación llevada a cabo en forma verdaderamente científica no puede estar jamás en contraposición a la fe, ya que las realidades tanto profanas como religiosas tienen su origen en un Dios común".

En lo que concierne a Galileo, para algunos observadores del Vaticano parece claro que el carácter y la nacionalidad del Papa Juan Pablo II son factores que influencian su decisión de reabrir el proceso. Se piensa que el hecho de ser polaco en parte justifica su interés. "Sospecho que, en el fondo, cuando el Papa piensa en Galileo, está también pensando en su compatriota Polaco Copérnico", señaló Monseñor Bernard Jacqueline, de la Secretaría de los No-Creyentes. El director del Observatorio Astronómico "Specola Vaticana", P. George Coyne, ex titular del Steward Observatory de la Universidad de Arizona, Estados Unidos, destaca refiriéndose a la reapertura del proceso contra su discutido colega: "El Universo heliocéntrico es un tópico perfectamente aceptable entre nosotros, a pesar de que ahora sabemos que Galileo también estaba equivocado. Nuestro Sol tampoco constituye el centro del universo".

El Padre Coyne acepta que "el juicio contra Galileo fue un terrible error, pero pienso que es justo admitir que la Iglesia aprendió de este error en forma casi inmediata. La Teoría de la Evolución, por ejemplo, tuvo un pasar más fácil. Jamás hubo un equivalente enjuiciamiento al concepto de que el Hombre descendía del mono".

Algunas iniciativas privadas han surgido, entretanto, en torno al movimiento para rehabilitar a Galileo. El físico nuclear italiano Antonio Zichichi anunció la formación de una comisión paralela formada por seis Premios Nobel de Física, cada uno de distintas religiones, para ayudar al Secretariado para los No-Creyentes en sus deliberaciones. Al parecer, la iniciativa no ha sido acogida con beneplácito por parte del organismo vaticano. Integran esta comisión los laureados Abdus Salam, musulmán, destacado por sus investigaciones sobre las fuerzas eléctricas interatómicas; Leo Esaki, sintoísta, pionero en los semiconductores; Eugene Wigner, judío; Chen Ning Yang, representando al taoísmo, confusionismo y budismo, y Samuel C.C. Ting, que se autocalifica como ateo.

Las discusiones de la Pontificia Academia de la Ciencia (de la cual es miembro el Premio Nacional de Ciencias de Chile, Dr. Héctor Croxatto R.), y las de este grupo paralelo, seguramente entregarán importantes puntos de vista llamados a iluminar los caminos y arcanos del quehacer de la ciencia y del Hombre.


Para saber más

1.- Desiderio Papp. Ideas Revolucionarias en la Ciencia. Tomo I. La ciencia clásica de Leonardo a Volta. Editorial Universitaria, Chile, 1975. (Obra en tres tomos).

2.- James Hansen. The Crime of Galileo. Special report. SCIENCE 81, marzo 1981, PP. 14-19.

3.- Desiderio Papp. El Proceso de Galileo. Instituto Naval de Conferencias. Buenos Aires, 1964.

4.- G. de Santillana. Le procès de Galilée. París, 1955.

5.- Bertrand Russell. El Panorama Científico. Traducción al castellano, Santiago de Chile, 1937.

6.- Hugo Moreno. La Astronomía. Desde Copérnico a la Astrofísica. Fascículos (1) del Consejo de Rectores de las Universidades Chilenas, 1978.


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