El siglo del conocimiento y el cambio social
( Publicado en Revista Creces, Abril 2000 )

El siglo que termina se ha caracterizado por la abrumadora génesis de nuevos conocimientos que, al aplicarse, han cambiado radicalmente las condiciones de vida en la Tierra, provocando de paso, trascendentales transformaciones sociales. Lo interesante es que todo ha sucedido silenciosamente, sin que los sociólogos, los políticos o los ideólogos se hayan dado cuenta o hayan intervenido. Por el contrario, cuando lo han hecho por lo general han retardado el cambio, con graves consecuencias para la sociedad.

El cambio se inició con la llamada Revolución Industrial. Una de sus primeras consecuencias fue la migración urbana. La aplicación de los conocimientos en el campo disminuyó la necesidad de trabajadores campesinos, lo que coincidió con el desarrollo industrial de las ciudades.

A comienzos del siglo el trabajador industrial representaba la primera fuerza laboral, siendo la segunda los sirvientes domésticos, tanto en las ciudades como en el campo (30%). Ellos sin duda fueron los más explotados, y apenas se dieron las oportunidades de nuevos trabajos, abandonaron esa labor y hoy ya casi han desaparecido completamente.

El obrero industrial en la ciudad se organizó y se identificó como una nueva clase: el proletariado". La sindicalización les permitió lograr importantes avances: mayor estabilidad en el trabajo, mejores salarios, pago por horas extras, vacaciones, programas previsionales, programas de salud, etc. Los sindicatos pasaron a ser una fuerza poderosa y efectiva. Pero su trascendencia fue tal, que rápida mente pasaron a ser instrumentalizados por los buscadores de pode político, desvirtuándose progresiva mente su rol original de defensa laboral. Los líderes laborales pasaron ser reemplazados por líderes políticos.

A partir de la mitad del siglo, el nuevo conocimiento continuó generándose cada vez a mayor velocidad, y de la revolución industrial se ha pasado a la revolución tecnológica ,y ahora "la sociedad del conocimiento Hoy en el mundo desarrollado el trabajador industrial está siendo rápidamente reemplazado por el trabajador del conocimiento. Si antes sus herramientas se basaban en su esfuerzo físico, ahora ellas se basan en su capacitación y sus conocimientos: el trabajador especializado, el que maneja maquinarias complejas y costosas, el técnico en computación, el técnico en comunicación, el técnico en equipos de salud, el experto que trabaja en los más variados servicios, etc. En el mundo desarrollado, el trabajador de las plantas de producción masiva representa ahora menos de la quinta parte de la fuerza de trabajo total.

El trabajador tecnócrata, que sigue aumentando a gran velocidad, tiene ahora mejor salario y su trabajo es más estable, ya que él no sólo pone el trabajo, sino que además es dueño de sus herramientas (capacitación y conocimientos). Ello está llevando a una nueva relación entre la empresa y el trabajador. Si a esto se agrega el incremento de la competitividad mundial, se entiende que los intereses del trabajador y de la empresa comienzan a coincidir. A la empresa le interesa no perder al trabajador capacitado y con conocimientos, y a éste le interesa la suerte de la empresa que le otorga su estabilidad. Este ya no requiere de sindicatos poderosos que lo defiendan, ya que se defiende solo. Por el contrario, ese tipo de organizaciones lo percibe como un riesgo para su estabilidad laboral. En ello reside la actual crisis de las grandes organizaciones sindicales a nivel mundial.

Los cambios han sido más lentos en los países en desarrollo como el nuestro, pero sin duda que se encaminan en la misma dirección. La juventud que tiene mayor capacidad de captar los tiempos, lo percibe mejor que el adulto. Así por ejemplo, el estudiante que ingresa a la universidad sabe que sus posibilidades en el mercado laboral dependen de sí mismo: de su nivel de capacitación y de sus conocimientos. Es por ello que se desinteresa por las ideologías o por las políticas contingentes, porque de ellas no espera nada. Somos los adultos los que no percibimos con claridad el cambio y tratamos de detener la historia. Podemos retardaría, pero si continuamos en el progreso, necesariamente el cambio nos sobrepasará.


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