FASat-Bravo llegó invencible a su meta
( Publicado en Revista Creces, Agosto 1998 )

No pesa más de 50 kilos, pero es un sofisticado sistema. Con excepción de algunos ajustes, es una réplica del malogrado Fasat Alfa. Está en la órbita correcta y listo para iniciar sus experimentos por percepción remota, por ejemplo medir la intensidad y extensión del hoyo de ozono sobre el territorio nacional.

El microsatélite chileno, FASat-Bravo, corrió mejor suerte que su predecesor. Viaja alrededor de los polos a una altura de 835 kilómetros y con su plataforma de observación mirando hacia la Tierra. Inició su despegue el 11 de julio de 1998, desde el cosmódromo de Vaykonur, en la República de Kasajstán, a bordo del cohete Zenit. Junto a otros tres más de su tipo, fue lanzado hacia el espacio como carga secundaria del satélite ruso Resurs. Mientras tanto, la Estación de Control Satelital de la Fuerza Aérea de Chile aguardaba impaciente el cumplimiento de las primeras etapas de este nuevo intento.

El primer desafío era lograr desligarse del satélite madre y quedar en la órbita correcta. A diferencia del Fasat Alfa, se logró. Este otro microsatélite chileno fue enviado al espacio en 1995, pero por una falla técnica sigue hasta ahora unido al satélite Sich. Las investigaciones que se realizaron concluyeron que los elementos de la detonación, que debían haber cortado los pernos que lo sujetaba, no tuvieron la suficiente energía cinética para hacerlo. Como los ucranianos quedaron libres de toda culpa, el FASat-Bravo fue comprado con el seguro del anterior.

En tanto, la misma firma británica Surrey Satellite Technology que lo construyó, empresa dependiente de la Universidad de Surrey, se aventura con el equipo chileno en este segundo proyecto concebido por la Fuerza Aérea de Chile. Sus ingenieros expertos contribuyeron con el diseño de las antenas y de los sensores de ozono, incluyendo el desarrollo del software para procesar las mediciones en Tierra.


Su diseño

Salvo por la incorporación de controles de calidad más exigentes y un nuevo mecanismo de desacoplamiento, el FASat-Bravo es una versión idéntica de su antecesor. Por lo visto los cambios valieron la pena. A fines de Julio, este microsatélite culminó exitosamente con las tres etapas que le restaban: echar andar sus sistemas (encender los computadores, transmisores y software de vuelo), desplegar su masa estabilizadora (boom) y revisar el adecuado funcionamiento de todos los mecanismos vinculados con los experimentos.

La elongación del boom desde la sección superior del microsatélite fue catalogada por el equipo del proyecto como un verdadero hito. Este paso resultaba fundamental, ya que dicho dispositivo permite que la plataforma de observación esté dirigida hacia la Tierra y no para cualquier otra parte del espacio. En una especie de serpentín metálico de seis metros de largo y con un cono en su extremo de arriba de 3 kilos de peso. El efecto que produce es el mismo que el de la cola de un volantín. Es decir, contrarrestar la gravitación y permanecer prácticamente fijo en sus viajes. De lo contrario, se requeriría gastar mucha energía para conseguir igual objetivo.

El FASat-Bravo pertenece al grupo de satélites pequeños y de bajo costo que ocupan órbitas bajas, los cuales operan entre 600 y 1.200 kilómetros de altura. A la fecha, hay más de 500 por esos lares, incluyendo los que envían los radioaficionados para su comunicación más moderna. Viaja a una velocidad de 25 mil Km/h. No obstante, no habría que temer por su caída. Tiene una muerte natural. Por cada vuelta a la Tierra, va bajando unos centímetros, de tal manera que al cabo de 12 años ya ha descendido bastante como para alcanzar una atmósfera más densa donde se quema y desintegra por completo. Su vida útil es estimada en siete años. A partir de entonces se va desgastando y perdiendo potencia.

Mientras tanto, no hay nada que lo detenga (a no ser que pase por allí un meteorito o algún resto espacial). Se mueve en órbita polar en torno al planeta. Da un total de 14 vueltas al día y se demora en hacerlo 101 minutos. Sin embargo, respecto a la ubicación de Santiago, sólo seis de sus visitas pueden aprovecharse para las misiones que se le encomienden.

El microsatélite pesa aproximadamente 50 kilos. Es un paralepípedo recto, con 60 centímetros de alto y 35 centímetros por cada lado. En la parte superior, se ubican el boom estabilizador y las antenas BHF (enlace espacio-Tierra), en tanto que en la inferior se encuentra la plataforma de observación compuesta de cámaras fotográficas, sensores de monitores para la capa de ozono y antena UHF (enlace Tierra-espacio). En sus cuatro caras laterales se sitúan los paneles solares que alimentan las baterías. Durante su paso por zonas de eclipse solar, la energía es almacenada.

El interior de este cuerpo, cubierto por una aleación de aluminio, está conformado por once módulos dispuestos en forma de bandejas que contienen todos los circuitos electrónicos para su funcionamiento. Lo interesante es que los principales componentes y sistemas están diseñados con un concepto de redundancia, o sea, por partes homólogas en caso de accidentes o fallas.

Se incluyen las baterías; transmisores y receptores, que son los que brindan la comunicación con la estación terrestre; sistemas de distribución de potencia, que entregan energía a distintos voltajes según las operaciones; telemetría y telecomando, que informan sobre el estado del satélite y sus sistemas; dos computadores (uno de repuesto) para el control inteligente de todo cuanto hace, transferencia de data, que son los procesadores de las señales digitales; computadores especializados en el envío de imágenes, y un sistema GPS para conocer su posición exacta con relación a la Tierra.


Sus tareas

El FASat-Bravo, cuyo apellido está referido a la letra "B" del Código Aeronáutico Internacional, fue lanzado al espacio con el propósito de que Chile pueda adquirir experiencia científica y tecnológica básica en esta área, de tal modo de poder continuar a futuro con proyectos más ambiciosos. Con esta misma idea, se elaboró un conjunto de experimentos destinados a mejorar la transmisión de los mensajes, a navegar con GPS, a registrar imágenes terrestres (con capacidad de almacenar 300 de una sola vez) y a monitorear el ozono estratosférico. Además se contempla desarrollar un programa educacional con dos escuelas del país (una en la Antártida y otra en Antofagasta) para que jóvenes estudiantes establezcan una comunicación real con el satélite.

El experimento más importante será el de medición de ozono, iniciativa en que el equipo chileno hizo un aporte creativo respecto a la metodología que se usará. A través de ésta, se medirá la radiación ultravioleta que llega a la Tierra, luego se comparará con la que rebota de vuelta hacia la atmósfera. La cuestión es más compleja, pero lo cierto es que la diferencia entre ambas dará la magnitud de la destrucción de ozono. Se podrá estimar así la intensidad y extensión del agujero de ozono sobre el territorio nacional y, por consiguiente, prevenir con anticipación las consecuencias de los efectos de la radiación solar sobre la salud humana.

La amplia gama de datos que podrá ahora obtener el país a través de su propia percepción remota fomentará sin duda el desarrollo en materia tanto de prospección como de conservación del medio ambiente y sus recursos naturales. Podrán evaluarse desde otra perspectiva, por ejemplo, la deforestación, la corriente de El niño o la contaminación atmosférica. Las aplicaciones de esta tecnología son muchas. Lo fundamental es que se ha dado un salto, pequeño, pero decisivo. Es un mérito de la Fuerza Aérea de Chile.


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