( Publicado en Revista Creces, Noviembre 1985 )
Resulta un suplicio cruzar por el centro de Santiago un día de trabajo cualquiera. El velo de la contaminación tenue a la vista pero muy denso al olfato, nos ofende agresivamente, por lo que la mirada se vuelve hosca hacia el mismo medio de locomoción que momentos antes había cumplido la muy necesaria función social de transportamos. Se aprecia claramente que la solución no es suprimir la locomoción; tampoco es esta última la única contaminadora del ambiente, y la solución que nos preocupa es una muestra sensible del problema de fondo. La mayor parte de las actividades que realizamos requieren de un aporte energético extra y esta energía, para ser usable, requiere transformarse desde su estado primario mediante procesos que en su mayoría desafotunadamente son contaminadores de nuestro entorno.