( Publicado en Revista Creces, Agosto 1996 )
En 1984, Carl Wood, investigador australiano, demostró que era posible congelar embriones humanos que se habían producido en el laboratorio, mediante la fecundación de un óvulo por el espermio. También demostró que era posible mantenerlos por un tiempo indefinido en estas condiciones (criopreservados). Todo ello para su posterior implante en el útero de una madre, donde se pudo comprobar que se desarrollaban normalmente. La técnica se generalizó y son ahora innumerables las clínicas que almacenan embriones, en la fase en que están constituidos por dos a ocho células.
Cuando se pretende una fertilización in vitro, se extraen varios óvulos de la madre y son fecundados. Pero sólo uno se implanta. El problema que ha surgido es que en los diferentes hospitales el número de embriones congelados se ha multiplicado en forma increíble, y es obvio que la mayor parte de ellos no se van a utilizar. El doctor Michael Tucker de la Reproductive Biology Associates de Atlanta, estima que en las diferentes clínicas del mundo debe haber más de un millón de embriones preservados por congelación (Scientific American, abril 1996, pág, 18). El problema es qué se va a hacer con esa enorme cantidad de embriones que se mantienen congelados.