( Publicado en Revista Creces, Julio 2000 )
Educar es enseñar a amar, por cuanto somos lo que amamos ni más ni menos. El maestro debe crear un ambiente que permita el buen desarrollo y crecimiento del ser del alumno hasta fijarlo en su más profunda intimidad en la acción y pensamiento de él. No son suficientes los consejos y advertencias, y mucho menos las amenazas, las herramientas que llevan al niño al amor fértil, que lo hace feliz y útil a la sociedad. Ese amor que lo llevará por los senderos de la vida a una conducta intachable de la ventura y desventura. Esa enseñanza que quedará grabada en su mente como el único camino, llámese sendero o ruta pavimentada, que existe para llegar a ser un verdadero ciudadano y creador de bienes en el servicio a la sociedad. El amor debe configurar el criterio, la bondad y buena voluntad son fines últimos del proceso educacional. Son los parámetros últimos de la calidad de la educación, la que no puede medirse en manera alguna por otros que dicen relación con la competencia o adquisición de bienes materiales. Se es lo que se ama y punto.