( Publicado en Revista Creces, Enero 1999 )
En mayo de 1996, Lars von Trier, cineasta danés, cuarentón juvenil, era esperado en el Festival de Cannes para recibir el gran premio del jurado que coronaba su film "Breaking the Waves". Pero no fue. Prefirió quedarse con los pies bien abrigados en sus pantuflas violeta, en su casa de los suburbios de Copenhague. Y sin embargo, nada le hubiera gustado más. Sus demonios le impusieron un guión completamente distinto: nada de aviones; nada de trenes, porque los vidrios no se mueven; sólo quedaba el automóvil, pero ya se veía en las calles estrechas de Cannes, prisionero en las trampas de los embotellamientos. Una prueba insalvable. Se dio por vencido.