( Publicado en Revista Creces, Octubre 1996 )
Hace treinta años, los expertos futurólogos basaban sus pronósticos agoreros sólo en el crecimiento explosivo de la población y en el ineludible agotamiento de los recursos naturales (Limit to Growth, 1976). No imaginaron que el riesgo más próximo estuviese en el quiebre del equilibrio de nuestro medio ambiente. En ese entonces, nadie pensaba que la actividad humana llegara, por ejemplo, a alterar la composición de nuestra atmósfera, y que como consecuencia de ello se pudiesen alterar también nuestras condiciones de vida en la Tierra.