( Publicado en Revista Creces, Abril 1992 )
Hasta hace sólo algunas décadas, nadie podría haberse imaginado que el hombre, en su afán de producir y consumir más, podía llegar a alterar básicamente el medio ambiente, hasta dificultar gravemente la vida en el planeta. Se había hablado de que el crecimiento de la humanidad tenia su límite, debido a la limitación de los propios recursos naturales del planeta (Club de Roma). Una vez más se equivocaron los sabios, ya que nunca pensaron que antes de que esto ocurriera, se iba a comenzar a deteriorar el medio ambiente. Ellos no se imaginaron que también el medio ambiente era finito, ya que parecía como algo dado y muy estable. Había, sí, preocupación por el excesivo crecimiento demográfico de la población y por ello, a comienzos de la década pasada, habían surgido pronósticos muy mal-agoreros que precedían grandes hambrunas para la pasada década. Nada de esto ocurrió, y fueron otros, muy distintos, los problemas que más tarde se hicieron presentes. Nadie se imaginó que la excesiva quema de combustibles fósiles y la destrucción de los bosques tropicales podría variar la composición de la atmósfera y producir graves cambios climáticos.